Quise atrapar un sueño con las manos, para poder grabarlo en mi corazón y que se hiciese realidad. Entonces me di cuenta de que los sueños son como el aire, te rodean, pero no los puedes coger. Te dan vida, pero no te pertenecen. Por más que lo intenté, mis manos siempre estaban vacías, como siempre. Sin nada que poder ofrecer, sin nada a lo que poder aferrarme, sin nadie a quien poder acariciar...
Y entonces sentí todo el peso de la soledad, de los sueños irrealizables, de las ilusiones truncadas, de los deseos imposibles, del amor escondido bajo la amistad, del dolor de la verdad.
Todo ese peso sobre mi, y, aun estando atrapada allí abajo, podía seguir respirando. Y me di cuenta que mi vida continuaba, amarrada a la crueldad de la realidad al despertar de un precioso sueño, pero seguía existiendo.
Tras reflexionar unos instantes, decidí que seguiría caminando, aunque cada paso me costase un esfuerzo indescriptible, una angustia en el corazón capaz de ahogar cualquier atisbo de felicidad. Pero seguiría caminando, arrastrando ese peso hasta el último de mis días.
Seguiría luchando por llevar la cabeza en alto y la sonrisa dibujada en la boca, porque nadie merece sufrir por mi culpa. Nadie, y menos ÉL.
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