Sentada a un lado del camino, viendo pasar a la gente, la vida se ve distinta... Ves la inmensidad que te separa de la felicidad, y lo inalcanzable que se vuelve...
Te paras a pensar en el sentido de tu existencia, y si no lo encuentras, crece la desesperación. Me ha parecido ver la felicidad, pero ha sido el destino cruel con sus espejismos. Y si no tengo nada que hacer aquí, ¿qué hago todavía sentada esperando?
Debo levantarme.
Debo correr hacia el camino, y, bajo la lluvia llorar, para que nadie vea el dolor que siento. Cuando ya no me queden más lágrimas lanzar mis besos al viento para que te los lleve, como mi último recuerdo. Acercarme al árbol de la esperanza y socavar sus raíces, puesto que se alimenta de ilusiones, y nunca da los frutos que promete. Y la última parada, no por ello la menos deseada, la guarida de la locura, que siempre está presta a acoger amorosamente entre sus brazos a quien a ella se acerca voluntariamente buscando el olvido.
Allí me esconderé hasta que acaben mis días, feliz e ignorante de lo que se me ha arrancado de las manos.
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